1 de marzo de 2017

A los bahá’ís del mundo

Muy queridos amigos:

  1. En un mundo cada vez más interconectado, se está arrojando más luz sobre las condiciones sociales de cada pueblo, proporcionando mayor visibilidad a sus circunstancias. Si bien hay adelantos que traen esperanza, mucho hay que debería pesar grandemente sobre la conciencia de la raza humana. La desigualdad, la discriminación y la explotación marchitan la vida de la humanidad, aparentemente inmune a los tratamientos que aplican esquemas políticos de todos los matices. El impacto económico de estas aflicciones ha resultado en el sufrimiento prolongado de tantísimas personas, así como en profundos defectos estructurales en la sociedad. Ninguna persona cuyo corazón haya sido atraído por las enseñanzas de la Bendita Belleza puede permanecer impasible ante estas consecuencias. «El mundo está sumamente trastornado», observa Bahá’u’lláh en la Lawḥ-i-Dunyá, «y la mente de sus habitantes se halla en estado de total confusión. Suplicamos al Todopoderoso que bondadosamente los ilumine con la gloria de Su Justicia, y les permita descubrir lo que les sea provechoso en todo tiempo y en toda condición.» A medida que la comunidad bahá’í se esfuerza por contribuir al mejoramiento del mundo a nivel de pensamiento y acción, las condiciones adversas sufridas por muchas poblaciones exigirán su atención de manera creciente.
  2. El bienestar de cualquier segmento de la humanidad está inextricablemente enlazado al bienestar de la totalidad. La vida colectiva de la humanidad sufre cuando cualquier grupo dado piensa en su propio bienestar de manera aislada al bienestar de sus vecinos, o persigue ventaja económica sin considerar cómo queda afectado el medio ambiente, que proporciona sustento para todos. Un obstáculo tenaz se interpone así en el camino de un progreso social significativo: una y otra vez, la avaricia y el egoísmo prevalecen a expensas del bien común. Se acumulan cantidades desmesuradas de riqueza, y la inestabilidad que ello crea se ve agravada por la manera tan desigual en que ganancias y oportunidades están repartidas entre las naciones, y dentro de las naciones mismas. Pero no tiene por qué ser así. Por mucho que estas condiciones sean el resultado de la historia, no tienen que definir el futuro necesariamente, y aun si los enfoques actuales de la vida económica satisficieron la etapa de la adolescencia de la humanidad, son ciertamente inadecuados para los albores de su madurez. No hay justificación para continuar perpetuando estructuras, normas y sistemas que es evidente que no sirven a los intereses de todos los pueblos. Las enseñanzas de la Fe no dejan lugar a dudas: hay una dimensión moral inherente a la generación, distribución y utilización de la riqueza y los recursos.
  3. Las tensiones que surgen del largo proceso de transición de un mundo dividido hacia uno unido se hacen sentir en las relaciones internacionales, así como en las fracturas cada vez más profundas que afectan a sociedades grandes y pequeñas. Con modelos de pensamiento prevalecientes que resultan gravemente deficientes, el mundo necesita desesperadamente una ética compartida, un marco seguro para hacer frente a las crisis que se ciernen como nubes de tormenta. La visión de Bahá’u’lláh desafía muchos de los supuestos con que se deja modelar el discurso contemporáneo; por ejemplo, que el interés propio ―lejos de tener que refrenarse― impulsa la prosperidad, y que el progreso depende de su expresión mediante una competencia incesante. Estimar el valor de un individuo esencialmente en términos de lo mucho que puede acumular y consumir en relación con otros es totalmente ajeno al pensamiento bahá’í. Pero las enseñanzas tampoco simpatizan con rechazos radicales de la riqueza como algo inherentemente ofensivo o inmoral, y el ascetismo está prohibido. La riqueza debe servir a la humanidad. Su uso debe estar en consonancia con principios espirituales; los sistemas deben crearse en función de ellos. Y, en palabras memorables de Bahá’u’lláh: «Ninguna luz puede compararse con la luz de la justicia. El establecimiento del orden en el mundo y la tranquilidad de las naciones dependen de ella.»
  4. Aunque Bahá’u’lláh no propone en Su Revelación un sistema económico detallado, la reorganización de la sociedad humana es un tema constante en todo el conjunto de Sus enseñanzas. La consideración de este tema inevitablemente da lugar a cuestiones económicas. Por supuesto, el orden futuro concebido por Bahá’u’lláh está mucho más allá de cualquier cosa que pueda imaginar la generación actual. Sin embargo, su emergencia final dependerá del esfuerzo ingente realizado por Sus seguidores por poner Sus enseñanzas en práctica hoy. Con esto en mente, esperamos que los comentarios siguientes estimulen una reflexión seria y continua por parte de los amigos. El objetivo es aprender cómo participar en los asuntos materiales de la sociedad de una manera que sea consistente con los preceptos divinos, y cómo fomentar la prosperidad colectiva, de manera práctica, mediante la justicia y la generosidad, la colaboración y la asistencia mutua.
  5. Nuestro llamamiento a examinar las implicaciones de la Revelación de Bahá’u’lláh para la vida económica tiene por objeto llegar a las instituciones y comunidades bahá’ís, pero está dirigido de manera más especial al creyente. Si ha de emerger un nuevo modelo de vida comunitaria forjado en las enseñanzas, ¿no debe la compañía de los fieles demostrar en sus propias vidas la rectitud de conducta que es una de sus características más distintivas? Cada escogencia de un bahá’í ―como empleado o empleador, productor o consumidor, prestatario o prestamista, benefactor o beneficiario― deja una huella, y el deber moral de vivir una vida coherente exige que las decisiones económicas de uno estén en concordancia con ideales elevados, que la pureza de los propósitos de uno vayan acompañados de la pureza de sus acciones para lograr esos propósitos. Por supuesto, los amigos habitualmente se vuelven a las enseñanzas para fijar el estándar al cual aspirar. Pero el compromiso cada vez más profundo de la comunidad con la sociedad significa que la dimensión económica de la existencia social debe recibir una atención más concentrada. Especialmente en agrupaciones donde el proceso de construcción de comunidad está empezando a abarcar a un gran número de personas, las exhortaciones contenidas en los Escritos bahá’ís deben informar de manera creciente las relaciones económicas dentro de las familias, los barrios y las poblaciones. No contentos con cualesquiera que sean los valores prevalecientes en el orden existente que los rodea, los amigos de todas partes deberían considerar la aplicación de las enseñanzas a sus vidas y, aprovechando las oportunidades que sus circunstancias les ofrecen, hacer sus propias contribuciones individuales y colectivas a la justicia económica y al progreso social dondequiera que residan. Tales esfuerzos se añadirán al creciente cúmulo de conocimientos a este respecto.
  6. Un concepto fundamental a explorar en este contexto es la realidad espiritual del hombre. En la Revelación de Bahá’u’lláh, la nobleza inherente a cada ser humano se ratifica de manera inequívoca; es un principio básico de la creencia bahá’í sobre el cual se forja la esperanza para el futuro de la humanidad. La capacidad del alma de manifestar todos los nombres y atributos de Dios ―Quien es el Compasivo, el Conferidor, el Munífico― se afirma de manera repetida en los Escritos. La vida económica es el ámbito para la expresión de la honestidad, la integridad, la confiabilidad, la generosidad y otras cualidades del espíritu. El individuo no es meramente una entidad económica interesada en sí misma, que se esfuerza por reclamar una porción cada vez mayor de los recursos materiales del mundo. «El mérito del hombre reside en el servicio y la virtud», declara Bahá’u’lláh, «y no en la pompa de las riquezas y la opulencia». Y también: «No disipéis la riqueza de vuestras preciosas vidas en pos de una inclinación perversa y corrupta, ni dejéis que vuestros esfuerzos se empleen en promover vuestro interés personal». Consagrándose al servicio a los demás, uno encuentra sentido y propósito en la vida y contribuye a la elevación de la sociedad misma. Al comienzo de Su célebre tratado El secreto de la civilización divina, ‘Abdu’l-Bahá afirma:

«Y el honor y distinción de la persona consiste en que, de entre toda la muchedumbre del mundo, se convierta en una fuente de bien social. ¿Hay merced concebible mayor que ésta, que una persona, mirando dentro de sí, encuentre que por medio de la gracia confirmadora de Dios se ha convertido en la causa de paz y bienestar, de felicidad y adelanto para sus congéneres? No, por el verdadero Dios, no hay mayor bendición, ni delicia más completa.»

  1. Visto bajo esta luz, muchas actividades económicas aparentemente ordinarias adquieren nuevo significado debido a su potencial para aumentar el bienestar y la prosperidad de la humanidad. «Toda persona debe tener una ocupación, una profesión o un oficio», explica el Maestro, «para que pueda llevar las cargas de otros, y no ser una carga para los demás». Bahá’u’lláh insta a los pobres a que «se esfuercen y luchen por ganarse los medios de subsistencia», mientras que los que poseen riqueza «deben tener la mayor consideración para con los pobres». «La riqueza», ha afirmado ‘Abdu’l-Bahá, «es digna de elogio en máximo grado, si la persona la adquiere por su propio esfuerzo y por la gracia de Dios, mediante el comercio, la agricultura, las artes e industrias, y si se dedica a propósitos altruistas.» Al mismo tiempo, las Palabras Ocultas están repletas de advertencias de su peligroso encanto, de que la riqueza es una «barrera poderosa» entre el creyente y el verdadero Objeto de su adoración. No es de extrañar, pues, que Bahá’u’lláh exalte la estación del rico a quien las riquezas no le impiden alcanzar el reino eterno; el esplendor de tal alma «iluminará a los habitantes del cielo como el sol alumbra a la gente de la tierra». ‘Abdu’l-Bahá declara que «si una persona juiciosa y llena de recursos acomete medidas que redunden en el enriquecimiento universal de las masas del pueblo, no habría empresa mayor que ésta y figuraría a los ojos de Dios como un logro supremo.» Pues la riqueza es sumamente loable «siempre que la población entera sea rica.» Examinar nuestra vida para determinar lo que es una necesidad y luego cumplir con alegría nuestra obligación en relación con la ley del Ḥuqúqu’lláh es una disciplina indispensable para equilibrar nuestras prioridades, purificar cualquier riqueza que poseamos y asegurar que la parte que es el Derecho de Dios contribuya al bien común. En todo momento, el contento y la moderación, la benevolencia y el sentimiento de confraternidad, el sacrificio y la confianza en el Todopoderoso son cualidades propias del alma que es temerosa de Dios.
  2. Las fuerzas del materialismo promueven una línea de pensamiento bastante contraria: que la felicidad proviene de continuas adquisiciones, que cuanto más se tiene, mejor, que la preocupación por el medio ambiente es algo para otro día. Estos mensajes seductores alimentan un sentimiento cada vez más enraizado de la prerrogativa individual, que se vale del lenguaje de la justicia y de los derechos para disimular el interés por uno mismo. La indiferencia ante las privaciones sufridas por otros se vuelve habitual, mientras se consumen vorazmente entretenimientos y pasatiempos que distraen. La influencia debilitadora del materialismo se infiltra en todas las culturas, y todos los bahá’ís reconocen que, a menos que se esfuercen por permanecer conscientes de sus efectos, pueden, en mayor o menor grado, adoptar inadvertidamente sus maneras de ver el mundo. Los padres deben ser sumamente conscientes de que, aun siendo muy pequeños, los niños absorben las normas de su entorno. El programa de empoderamiento espiritual de los prejóvenes estimula el pensamiento reflexivo a una edad en que el llamado del materialismo se vuelve más insistente. Con el acercamiento a la edad adulta llega la responsabilidad ―compartida por miembros de la misma generación― de no dejar que los afanes mundanos cieguen los ojos a la injusticia y la privación. Con el tiempo, las cualidades y actitudes cultivadas por los cursos del instituto de capacitación, mediante la exposición a la Palabra de Dios, ayudan a las personas a ver más allá de las ilusiones que utiliza el mundo, en cada etapa de la vida, para desviar la atención del servicio y llevarla hacia el yo. Y, en última instancia, el estudio sistemático de la Palabra de Dios y la exploración de sus implicaciones suscitan la conciencia de la necesidad de administrar los asuntos materiales propios de acuerdo con las enseñanzas divinas.
  3. Amados amigos: Los extremos de riqueza y pobreza en el mundo se están volviendo cada vez más insostenibles. A medida que persiste la desigualdad, el orden establecido se ve inseguro de sí mismo y sus valores se ven cuestionados. Cualesquiera que sean las tribulaciones que un mundo en conflicto deba afrontar en el futuro, rogamos que el Todopoderoso asista a Sus amados a superar cada obstáculo de su camino y les ayude a servir a la humanidad. Cuanto más numerosa sea la presencia de una comunidad bahá’í en una población, mayor será su responsabilidad de encontrar maneras de abordar las causas profundas de la pobreza en su entorno. Aunque los amigos están en las etapas iniciales del aprendizaje sobre esta labor y de contribuir a los discursos relacionados, el proceso de construcción de comunidad del Plan de Cinco Años está creando en todas partes el ambiente ideal para reunir conocimiento y experiencia, de manera gradual pero continua, sobre el propósito superior de la actividad económica. En el contexto de la labor perdurable de erigir una civilización divina, que esta exploración se convierta en una característica más marcada de la vida comunitaria, el pensamiento institucional y la acción individual en los años venideros.

[firmado: La Casa Universal de Justicia]


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