A la Conferencia de los Cuerpos Continentales de Consejeros

Muy queridos amigos,

En Riḍván de este año describimos cómo, en el transcurso de un cuarto de siglo, el mundo bahá’í experimentó una transformación que lo dotó de una capacidad inimaginable de aprender, crecer y servir a la humanidad. Pero, por muy brillantes que hayan sido los logros de este período, deben verse eclipsados por lo que está por venir. A la conclusión de la nueva serie de Planes recientemente iniciada, la comunidad bahá’í deberá haber adquirido capacidades que apenas pueden vislumbrarse en la actualidad. En sus deliberaciones durante los próximos días, ustedes estarán ocupados en explorar lo que se requiere para generar una comunidad tan fortalecida.

Bahá’u’lláh declara que «el propósito por el cual los mortales han llegado de la nada absoluta al dominio del ser es que trabajen por la mejora del mundo y convivan en concordia y armonía». Él ha revelado enseñanzas que lo hacen posible. Construir una sociedad que persiga de manera consciente este propósito colectivo es labor no solo de esta generación, sino de muchas generaciones venideras, y los seguidores de Bahá’u’lláh dan la bienvenida a todos los que laboran junto a ellos en esta empresa. Significa aprender a levantar comunidades pujantes y con proyección exterior; significa que esas comunidades aprendan a propiciar un avance espiritual y material; significa aprender a contribuir a los discursos que influencian la dirección de ese progreso. Estas áreas de esfuerzo son, naturalmente, conocidas. Vistas desde una perspectiva, son bastante distintivas, y cada una tiene sus propias características y exigencias. Sin embargo, todas representan maneras de despertar las energías latentes en el alma humana y canalizarlas hacia el mejoramiento de la sociedad. En su conjunto, son medios para liberar lo que el Guardián describió como «el poder de construcción de sociedad» de la Fe. Este poder inherente que posee la Causa de Bahá’u’lláh es patente incluso en los esfuerzos incipientes de una comunidad bahá’í que está aprendiendo a servir a la humanidad y a promover la Palabra de Dios. Y, aunque la sociedad mundial presagiada en Su Revelación está, por supuesto, muy lejana, abundan comunidades que están aprendiendo diligentemente a aplicar Sus enseñanzas a su realidad social. Cuán inmensamente bienaventuradas son aquellas almas que, conscientes de la grandeza de este Día y de la importancia de sus acciones, se esfuerzan por el surgimiento de una sociedad moldeada por las enseñanzas divinas.

La serie de Planes globales que comenzó en Riḍván durará veinticinco años completos. Guiará el arca de la Causa al tercer siglo de la era bahá’í y concluirá en Riḍván de 2046. Durante este período, el mundo bahá’í se concentrará en un único objetivo: la liberación del poder de construcción de sociedad de la Fe, en medidas cada vez mayores. La prosecución de este objetivo general requerirá un mayor aumento de la capacidad del creyente, de la comunidad local y de las instituciones de la Fe. Estos tres protagonistas permanentes del Plan tienen cada uno un papel que desempeñar, y cada uno tiene capacidades y cualidades que deben desarrollarse. Sin embargo, ninguno de ellos puede manifestar todo su potencial por sí solo. Mediante el fortalecimiento de sus relaciones dinámicas entre sí es como se combinan y multiplican sus capacidades. ‘Abdu’l-Bahá explica que cuanto más se manifiesten en un pueblo las cualidades de cooperación y ayuda mutua, «tanto más avanzará la sociedad humana en el progreso y la prosperidad»; en la Fe, este principio distingue y da forma a las interacciones entre individuos, instituciones y comunidades, y dota al cuerpo de la Causa de vigor moral y salud espiritual.

Las almas encendidas que están apareciendo mediante los procesos del Plan buscan obtener una comprensión cada vez más profunda de las enseñanzas de Bahá’u’lláh —«el remedio soberano para toda enfermedad»— y aplicarlas a las necesidades de su sociedad. Están dedicadas a la prosperidad de todos, pues reconocen que el bienestar de los individuos depende del bienestar de la sociedad en su conjunto. Son ciudadanos leales que rehúyen el partidismo y la lucha por el poder mundano. En su lugar, se centran en superar las diferencias, armonizar las perspectivas y promover el uso de la consulta para la toma de decisiones. Destacan las cualidades y las actitudes —como la confiabilidad, la cooperación y la tolerancia— que son los componentes fundamentales de un orden social estable. Defienden la racionalidad y la ciencia como elementos esenciales para el progreso humano. Abogan por la tolerancia y la comprensión y, teniendo la unicidad inherente de la humanidad en un lugar predominante de sus pensamientos, ven a cada persona como un posible compañero con quien colaborar, y se esfuerzan por fomentar un sentimiento de compañerismo incluso entre grupos que tradicionalmente han sido hostiles entre sí. Son conscientes de cómo actúan las fuerzas del materialismo a su alrededor, y tienen los ojos muy abiertos a las muchas injusticias que persisten en el mundo, aunque poseen asimismo una visión clara del poder creativo de la unidad y la capacidad de altruismo que tiene la humanidad. Ven el poder que posee la verdadera religión para transformar los corazones y superar la desconfianza, y por ello, con confianza en lo que depara el futuro, laboran por cultivar las condiciones en las que puede producirse el progreso. Comparten sus creencias generosamente con los demás, y son respetuosos con la libertad de conciencia de cada alma y nunca imponen sus propias normas a nadie. Y, aunque no pretenden haber descubierto todas las respuestas, tienen claro lo que han aprendido y lo que aún deben aprender. Sus esfuerzos avanzan al ritmo alternante de la acción y la reflexión; los contratiempos los dejan imperturbables. En los lugares en los que un número creciente de personas está ayudando a construir comunidades de esta naturaleza, se hace cada vez más visible el poder de la Causa para transformar la existencia social de las gentes, así como su vida interior. Estamos seguros de que el seguimiento entusiasta del objetivo central del Plan hará que afloren muchas, muchas comunidades de este tipo.

El avance de las agrupaciones

Una mayor expresión del poder de construcción de sociedad de la Fe requiere, en primer lugar, avances aún mayores en el proceso de entrada en tropas en todas las partes del mundo. Las empresas esencialmente espirituales de difundir la luz de la Revelación de Bahá’u’lláh cada vez más ampliamente y de introducir las raíces de Su Fe cada vez más profundamente en el suelo de la sociedad tienen resultados mesurables: el número de agrupaciones en las que se ha iniciado un programa de crecimiento y el grado de intensidad que ha alcanzado cada una. Actualmente, existen los medios para lograr un rápido avance con respecto a ambas medidas. La meta que la comunidad del Más Grande Nombre debe aspirar a cumplir durante la actual serie de Planes globales es establecer programas intensivos de crecimiento en todas las agrupaciones del mundo. Este formidable objetivo implica una ampliación e intensificación de las actividades a una escala jamás presenciada. En el transcurso del Plan de Nueve Años debe lograrse un rápido progreso hacia esta meta.

Como paso preliminar, les pedimos que ayuden a las Asambleas Espirituales Nacionales y a los Consejos Regionales Bahá’ís a determinar si sus esquemas para dividir sus territorios en agrupaciones se beneficiarían de algún ajuste. Como saben, una agrupación define un área en la que las actividades del Plan pueden estimularse de forma manejable y sostenible. A lo largo de los últimos veintiún años, se ha aprendido mucho sobre el tamaño de una agrupación «manejable» en diferentes contextos y en distintas partes del mundo; en algunos países ya se han empezado a considerar modificaciones, ocasionadas por los efectos del crecimiento. En muchos casos, este replanteamiento no conllevará ningún cambio, pero, en algunos, dará lugar a la división o reducción del tamaño de una agrupación y, en alguna ocasión, a que una agrupación se agrande. Las zonas poco pobladas debido al terreno natural pueden excluirse del esquema de agrupaciones. Por supuesto, los creyentes que residan en esos lugares adoptarán los elementos del marco de acción que sean pertinentes a sus circunstancias.

El avance de las agrupaciones a lo largo de un continuo de desarrollo seguirá siendo el modelo básico para la expansión y consolidación de la comunidad. Los rasgos de la trayectoria de desarrollo que debe seguirse y, especialmente, el primer, segundo y tercer hito que marcan el avance a lo largo del camino son ya bien conocidos por los amigos en base a nuestros mensajes anteriores y a su propia experiencia, y no creemos necesario reiterar lo que hemos expuesto anteriormente. Para el cierre del Plan de Un Año prevemos que habrá en marcha programas de crecimiento en más de 6.000 agrupaciones, que en cerca de 5.000 de ellas se habrá superado el segundo hito, y que en 1.300 de ellas los creyentes habrán avanzado más allá. Estas cifras deben ascender considerablemente en los próximos nueve años. Una vez que se hayan determinado los ajustes al esquema de agrupaciones en cada país, les pedimos que trabajen con las Asambleas Nacionales y los Consejos Regionales para prever el número de agrupaciones en las que se podría avanzar más allá del primer, segundo y tercer hito, respectivamente, durante el Plan. Debe tenerse en cuenta que solo se trata de estimaciones fundamentadas: pueden refinarse más adelante, de ser necesario, y no hace falta elaborarlas minuciosamente. Por ello, solicitamos que los resultados de estas evaluaciones se envíen al Centro Mundial Bahá’í antes de Naw-Rúz. En Riḍván podremos establecer las aspiraciones colectivas totales del mundo bahá’í para el Plan de Nueve Años.

Somos conscientes de que hay algunas regiones y países donde la Fe permanece en una etapa inicial de desarrollo, y hay una necesidad apremiante de asegurar que lo que el mundo bahá’í ha aprendido sobre la aceleración del proceso de crecimiento beneficie también a esos lugares. Una lección importante que ha quedado clara es el inmenso valor que tiene para una región contar con una agrupación en la que se haya superado el tercer hito. Una vez que los amigos de una agrupación dada han desarrollado la gama de capacidades que implica dicho progreso, y se han establecido los medios para diseminar percepciones y compartir experiencias sobre los esfuerzos de construcción de comunidad, se hace posible una rápida aceleración de la labor de expansión y consolidación en las agrupaciones circundantes. Teniendo esto en mente, es imperioso que, durante el Plan de Nueve Años, el proceso de crecimiento alcance este nivel de intensidad en por lo menos una agrupación de cada país y cada región. Este es uno de los objetivos principales del Plan y requerirá el esfuerzo concentrado de muchas almas consagradas. El Centro Internacional de Enseñanza está listo para colaborar con ustedes en la implementación de diversas estrategias para lograrlo. La principal de entre ellas será el despliegue de equipos de pioneros internacionales y de frente interno que estén familiarizados con el marco de acción, y preparados para dedicar cantidades importantes de tiempo y energía a servir a la Causa a lo largo de varios años. Deberán recalcar a las Asambleas Espirituales Nacionales y a los Consejos Regionales Bahá’ís la urgencia de alentar a creyentes que, siguiendo los pasos de tantas almas heroicas del pasado, puedan levantarse para asegurar que la luz de la Fe brille en todos los territorios. Miramos en particular a los países, las regiones y agrupaciones donde se ha acumulado fortaleza y experiencia para generar un flujo de pioneros hacia lugares donde se necesite ayuda, y también para proporcionar apoyo a través de otros medios. Este flujo de apoyo es una manera más en la que se manifiesta en acción sistemática el espíritu de colaboración y ayuda mutua, tan esencial para el progreso.

Los logros de la anterior serie de Planes —en particular del último Plan de Cinco Años— no podrían haberse conseguido sin un avance extraordinario en la labor de enseñanza. Una dimensión importante de esta labor es la capacidad de entablar conversaciones sobre temas espirituales, una capacidad que se examinó en nuestro mensaje a su conferencia de 2015, en el que describimos cómo se desarrolla mediante la participación en los cursos de instituto y la adquisición de experiencia práctica. Es evidente que el modelo de actividad que se despliega en las bases presenta una variedad de escenarios en los que almas receptivas —a veces familias enteras o grupos de compañeros— pueden participar en conversaciones significativas que despiertan el interés por la visión de la Fe y de la Persona de Bahá’u’lláh. Con el tiempo, muchas de estas almas empiezan a identificarse con la comunidad bahá’í, especialmente a medida que adquieren la confianza necesaria para participar de la vida comunitaria a través del servicio. Por supuesto, la comunidad da la bienvenida a cualquier grado de asociación que una persona desee mantener, sea grande o pequeño. No obstante, reconocer a Bahá’u’lláh como una Manifestación de Dios y aceptar los privilegios y responsabilidades asociados exclusivamente con la pertenencia a la comunidad bahá’í es un momento singular en el desarrollo espiritual de una persona, muy distinto a la participación habitual en las actividades bahá’ís o la expresión de su apoyo a los principios bahá’ís. La experiencia ha demostrado que el entorno creado por los esfuerzos de construcción de comunidad en una localidad permite que cualquier persona que desee dar este paso lo haga con relativa facilidad. Dondequiera que se lleven a cabo estos esfuerzos, es importante que los amigos permanezcan conscientes de que las puertas de la Fe están abiertas de par en par, y alienten a quienes se encuentran en el umbral. Y en las zonas en las que estos esfuerzos están bien establecidos desde hace un tiempo, muchos creyentes están descubriendo que un modelo de actividad dinámica y en expansión puede llevar de forma natural a que familias, grupos de amigos, e incluso grupos de hogares, estén preparados para abrazar la Causa. Pues en espacios donde aquellos que comparten un sentimiento de identidad colectiva pueden conversar de forma abierta e inclusiva sobre la posibilidad de unirse a la comunidad, las almas pueden sentirse alentadas más fácilmente para dar ese paso juntas. Las instituciones bahá’ís, especialmente las Asambleas Espirituales Locales, deben adoptar una mentalidad que permita estas condiciones, y asegurarse de que se eliminen los obstáculos.

Les pedimos a ustedes y a sus auxiliares que ayuden a los creyentes, dondequiera que residan, a reflexionar periódicamente sobre maneras efectivas de enseñar la Fe en su entorno, y avivar en sus corazones una pasión por la enseñanza que atraiga las confirmaciones del Reino Divino. Las almas a las que se les ha concedido la bendición de la fe tienen un deseo natural de compartir este don mediante conversaciones con familiares, amigos, compañeros de clase, colegas y aquellos a los que no conocían anteriormente, y buscan en cada lugar y en cada momento un oído atento. Diferentes entornos y circunstancias se prestan a diferentes enfoques, y los amigos deben ocuparse en un proceso continuo de aprendizaje sobre lo que es más efectivo en el lugar donde se encuentran.

Aprender de las agrupaciones más avanzadas

Hace seis años, les describimos las características de una agrupación en la que los amigos han superado el tercer hito en el continuo de crecimiento. El hecho de haber llegado tan lejos implica una actividad intensa en barrios o aldeas específicas, pero también un esfuerzo conjunto por parte de la generalidad de los creyentes que viven en la agrupación; en otras palabras, un espíritu cada vez mayor de participación universal en la labor de construcción de comunidad. En la práctica, esto supone la movilización de un número considerable de bahá’ís que están aplicando de manera creativa e inteligente el marco de acción del Plan a la realidad de sus propias circunstancias, en cualquier lugar de la agrupación en que vivan. Supone que las familias y los creyentes trabajen juntos y tomen la decisión consciente de verse a sí mismos como parte de un núcleo en expansión. Estos grupos de amigos se disponen a ampliar el círculo de participación en sus actividades interactuando con las redes a las que pertenecen —redes creadas a través de un lugar de trabajo o estudio, una escuela de la localidad o un foco comunitario de otro tipo— y acompañando a otros que se levantan a servir junto a ellos. Estos esfuerzos tienen un mérito enorme. Incluso cuando una agrupación cuenta con una serie de centros florecientes de actividad intensa, los esfuerzos que se realizan en el resto de la agrupación pueden representar una gran proporción de toda la actividad que está teniendo lugar. También reconocemos, en este sentido, los pasos que se están dando en algunas agrupaciones para llegar de forma sistemática a un sector especifico de la población que ha mostrado receptividad a la Fe pero que está dispersa por toda la agrupación. Esto se puede considerar una forma especializada de la labor de construcción de comunidad, una forma que sigue siendo muy prometedora. A medida que aumenta la participación en el trabajo del Plan en todas sus formas, surgen muchas oportunidades para que los amigos aprendan de la experiencia mutua y aviven unos en otros la alegría de enseñar.

Por supuesto, la labor realizada en barrios y aldeas receptivos ha sido un foco de atención especial en los últimos años. A medida que los habitantes de estas localidades comienzan a participar en las actividades bahá’ís en grandes números, hay que prestar más atención a la coordinación para hacer frente a la complejidad inherente. Dentro de cada centro de actividad intensa, surgen formas de colaboración entre grupos de familias, que organizan actividades de construcción de comunidad entre ellos con vistas a ampliar el alcance de dichas actividades a muchos hogares cercanos; una red informal de amigos alienta y apoya los esfuerzos en marcha. El carácter de la vida cotidiana en estos lugares se adapta al florecimiento de una cultura en la que la adoración y el servicio son actividades preciadas que incluyen a muchas personas a la vez. Cada vez son más frecuentes las reuniones comunitarias edificantes y bien preparadas― que en algunos casos se amplían a campamentos y festivales― y la música y las canciones ocupan un lugar destacado en esas ocasiones. De hecho, las artes en su conjunto― componente tan integral en el desarrollo de una comunidad desde un principio― destacan en estos entornos como un medio importante para generar alegría, reforzar los lazos de unidad, difundir el conocimiento y consolidar la comprensión, así como familiarizar a los miembros de la sociedad en general con los principios de la Causa. Y, naturalmente, sigue habiendo un gran enfoque hacia la proyección exterior: encontrar formas de compartir continuamente los frutos de un modelo de acción próspero con almas que aún no están familiarizadas con la Fe.

En medio de todo esto, hemos observado un fenómeno específico muy alentador, cuyos primeros destellos describimos en nuestro mensaje dirigido a su conferencia de 2015 como una nueva frontera. Aunque aprender a acoger a un gran número de personas es una característica de cualquier agrupación que haya superado el tercer hito, el enfoque de los amigos comienza necesariamente a ampliarse a medida que se acercan a un punto en el que una proporción considerable de la población de un área concreta participa en las actividades de construcción de comunidad. Este puede ser el caso en una zona residencial específica dentro de una agrupación, o en varias zonas de ese tipo, o en una sola aldea; puede ser que otras partes de la agrupación no compartan todavía la misma realidad. Pero en esos lugares, los pensamientos de los amigos que laboran en las bases están cada vez más ocupados en el progreso y el bienestar de todos los que habitan en la cercanía. Las instituciones bahá’ís sienten con mayor intensidad su responsabilidad por la educación espiritual de toda una generación de niños y prejóvenes, la mayor parte de los cuales, o incluso todos, podrían estar ya participando en actividades comunitarias. Las Asambleas Espirituales Locales refuerzan sus relaciones con las autoridades y dirigentes de la zona, llegando incluso a entablar colaboraciones formales, y se presta cada vez mayor atención a las múltiples iniciativas de acción social que surgen de los grupos de prejóvenes, jóvenes, mujeres, familias, u otros que están respondiendo a las necesidades de su alrededor. La elevada cantidad y diversidad de actividades requiere que los miembros del Cuerpo Auxiliar nombren a múltiples ayudantes para atender a una sola aldea o barrio; cada ayudante puede seguir una o varias líneas de acción, ofreciendo consejo y apoyo cuando sea necesario, y dando impulso a los procesos en marcha.

En lugares donde las actividades del Plan han alcanzado tal nivel de prevalencia, los habitantes poseen ahora una capacidad considerablemente mayor para dirigir el rumbo de su propio desarrollo, y las instituciones y agencias de la Fe allí tienen ahora una visión más amplia de sus responsabilidades. Por supuesto, estas responsabilidades todavía incluyen disponer de sistemas sólidos para desarrollar capacidad de forma continua y apoyar a aquellos que toman la iniciativa. Pero el avance de la comunidad depende, en mayor medida que antes, de que las instituciones y agencias locales sean conscientes de las fuerzas sociales que operan en el entorno y actúen para preservar la integridad de las numerosas actividades de la comunidad. Mientras tanto, la relación de la comunidad bahá’í con la sociedad que la rodea experimenta un cambio profundo. Tal y como representan sus estructuras formales de administración y sus mecanismos de colaboración informales, la comunidad bahá’í se ha convertido por mérito propio en una protagonista muy visible en la sociedad, dispuesta a asumir responsabilidades importantes e intensificar un amplio proceso colectivo de aprendizaje sobre el progreso espiritual y material. Al mismo tiempo, a medida que la sociedad adopta muchos aspectos de la vida comunitaria bahá’í y absorbe su espíritu unificador, la dinámica así creada hace posible que grupos diversos se unan en un movimiento conjunto inspirado por la visión de Bahá’u’lláh de la unicidad de la humanidad. Hasta la fecha, el número de lugares en los que una forma de vida comunitaria bahá’í ha alcanzado tal prevalencia es modesto, pero está creciendo. Aquí se presencia una liberación del poder de construcción de sociedad de la Fe, como la que no se había visto antes.

Naturalmente, la prevalencia de actividades bahá’ís a esta escala no es una perspectiva en todas partes. Hay que valorar la diferencia que marcan las condiciones de una agrupación, o de partes de una agrupación, y las características de una población; es decir, la realidad de las circunstancias. En consecuencia, las formas en que el poder de construcción de sociedad que posee la Fe se manifieste en diferentes entornos variarán. Pero, independientemente de la medida en que la vida comunitaria bahá’í acoja a quienes residen en un área concreta, e independientemente, incluso, de la intensidad de un programa de crecimiento de una agrupación o del nivel de actividad en un barrio o pueblo, el desafío al que se enfrentan los amigos que sirven en las bases es esencialmente el mismo en todos los lugares. Deben ser capaces de leer su propia realidad y preguntarse: a la luz de las posibilidades y las necesidades existentes, ¿cuáles serían los objetivos adecuados a perseguir en el próximo ciclo o serie de ciclos? Ustedes y sus auxiliares se encuentran en una posición ideal para plantear esta pregunta y asegurar que se identifican estrategias adecuadas. Se puede aprender mucho de la experiencia de los amigos de agrupaciones similares, ya que una comunidad que se encuentra a un paso más adelante del mismo camino puede aportar percepciones valiosas sobre la meta a perseguir después. A medida que los amigos reflexionen sobre lo que tienen por delante, verán fácilmente que para cada comunidad hay una meta al alcance, y para cada meta, un camino para alcanzarla. Mirando hacia el frente en ese camino, ¿no podríamos acaso ver a Bahá’u’lláh mismo, sujetando las riendas de los asuntos de la humanidad en una mano y, con la otra, haciendo señales a todos para que se apresuren, que se apresuren?

Contribuir a la transformación social

La Revelación de Bahá’u’lláh se ocupa de la transformación de la vida interior de la humanidad, así como de su entorno social. Una carta escrita en nombre de Shoghi Effendi describe cómo el entorno social proporciona el «ambiente» en el que las almas pueden «crecer espiritualmente y reflejar plenamente la luz de Dios» que brilla a través de la Revelación. Una clara señal de que el poder de construcción de sociedad de la Causa está siendo liberado en una agrupación es que un grupo cada vez mayor de sus habitantes, inspirados por las enseñanzas de la Fe, están haciendo esfuerzos por mejorar el carácter espiritual y las condiciones sociales de la comunidad más amplia a la que pertenecen. La contribución de los bahá’ís se distingue por su enfoque en la construcción de capacidad para el servicio; se trata de un enfoque basado en la fe en la capacidad de una población de convertirse en protagonista de su propio desarrollo.

A medida que aumenta la intensidad de la labor de construcción de comunidad en una agrupación, inevitablemente los amigos allí se vuelven más conscientes de las barreras sociales, económicas o culturales que impiden el progreso material y espiritual de las gentes. Niños y prejóvenes que carecen de apoyo en su educación, presiones sobre las niñas, derivadas de las costumbres tradicionales relacionadas con el matrimonio precoz, familias que necesitan ayuda para abrirse camino por sistemas de atención sanitaria desconocidos, una aldea que padece por la falta de alguna necesidad básica, o prejuicios de larga data, derivados de un legado de hostilidad entre grupos dispares—cuando los esfuerzos de una comunidad bahá’í en el campo de la expansión y la consolidación la ponen con contacto con estas situaciones y con muchas otras, se verá llamada a responder a esas realidades según lo permitan las circunstancias. Al reflexionar sobre tales situaciones, se hace evidente que, dentro de las agrupaciones, la expansión y consolidación, la acción social y la contribución a los discursos prevalentes son dimensiones de una tarea única, unificada y con proyección exterior, llevada a cabo en las bases de la sociedad. Todos estos esfuerzos se realizan de acuerdo con un marco de acción común, y esto, por encima de todo, aporta coherencia a la forma general de actividad.

Los primeros indicios de acción social en las bases comienzan a verse en una agrupación a medida que aumenta la disponibilidad de recursos humanos y se desarrolla la capacidad para una mayor variedad de tareas. Las aldeas han demostrado ser un terreno especialmente fértil del que han surgido y se han mantenido iniciativas de acción social; pero, asimismo, en los entornos urbanos, los amigos que viven ellos han conseguido llevar a cabo actividades y proyectos adecuados al entorno social, a veces en colaboración con las escuelas de la zona, organismos de la sociedad civil, o incluso agencias gubernamentales. La acción social se está emprendiendo en una serie de áreas importantes, entre las que figuran el medio ambiente, la agricultura, la salud, las artes y, especialmente, la educación. En el transcurso del Plan de Nueve Años, y especialmente a medida que el estudio de cursos de instituto específicos estimule una mayor actividad en este ámbito, esperamos ver una proliferación de esfuerzos formales e informales por promover el desarrollo social y económico de una población. Algunas de estas iniciativas comunitarias requerirán estructuras administrativas básicas para sustentar su labor. Cuando las condiciones sean propicias, habrá que alentar a las Asambleas Espirituales Locales a que aprendan cómo cultivar mejor las iniciativas nuevas e incipientes, y fomentar los esfuerzos que sean prometedores. En algunos casos, las necesidades asociadas a un área de actividad concreta justificarán el establecimiento de una organización de inspiración bahá’í, y prevemos la aparición de muchas más organizaciones de este tipo durante el próximo Plan. Por su parte, las Asambleas Espirituales Nacionales tendrán que encontrar formas de mantenerse bien informadas sobre lo que se está aprendiendo en las bases de sus comunidades y analizar la experiencia que se está adquiriendo; en algunos lugares, ello requerirá la creación de una entidad dedicada al seguimiento de la acción social. Al mirar en todo el mundo bahá’í, nos sentimos muy complacidos de ver el gran impulso que ya se ha generado en esta área de actividad gracias al estímulo y el apoyo de la Organización Internacional Bahá’í para el Desarrollo.

La capacidad de comprometerse en la acción social está estrechamente relacionada con la capacidad de contribuir a los discursos de la sociedad. En el fondo, se trata simplemente de una capacidad para participar en una conversación sobre un asunto que afecta a la vida de las gentes, y ofrecer una perspectiva basada en los principios bahá’ís y la experiencia bahá’í. Visto de esta manera, es una habilidad que muchos bahá’ís tienen la ocasión de practicar casi a diario, por ejemplo, en sus estudios u ocupaciones, y que se cultiva mediante la participación en los cursos de instituto; en su expresión más formal, es fundamental para la labor de la Comunidad Internacional Bahá’í y las Oficinas Nacionales de Asuntos Exteriores. Sin embargo, en relación con la liberación del poder de construcción de sociedad de la Fe en las bases, es una capacidad que se hace más necesaria a medida que una asociación más estrecha con una población, resultante de la labor de expansión y consolidación, conduce a una mayor conciencia de los problemas sociales imperantes en una zona, así como de las aspiraciones de sus gentes para superarlos. A medida que aumenta el número de participantes en las actividades de construcción de comunidad, aumenta igualmente la necesidad de que la comunidad bahá’í, como cuerpo unificado, ofrezca su perspectiva ponderada sobre los obstáculos para el progreso social, y en cuestiones que pesan en las mentes y los espíritus de aquellos con los que interactúa. Esto tiene implicaciones concretas para las Asambleas Espirituales Locales. En los lugares en los que las actividades del Plan han alcanzado cierto nivel de prevalencia, se empieza a considerar a la Asamblea, más en general, como una fuente de visión moral. Con el tiempo, los esfuerzos por contribuir a los discursos de la sociedad se hacen más sistemáticos y los bahá’ís adquieren experiencia en ayudar a los que les rodean a participar de manera constructiva en un discurso y llegar a un consenso. Se buscan oportunidades para compartir las perspectivas de la Fe con los líderes de la comunidad y las figuras de autoridad, y se crean espacios en los que se pueda ayudar a los representantes de grupos e intereses diversos a alcanzar un punto de vista común, a través de la consulta. Nos sentimos complacidos por los pasos que ya se han dado para aprender a aplicar las perspectivas de la Revelación de Bahá’u’lláh y de la experiencia de las comunidades bahá’ís a problemas sociales apremiantes en el ámbito local; sin duda, se aprenderá mucho más en este sentido durante el Plan de Nueve Años.

Deseamos subrayar que, históricamente y en la actualidad, la acción social y los esfuerzos por participar en los discursos prevalentes de la sociedad han surgido no solo en el contexto del crecimiento, sino también como resultado de los esfuerzos individuales de los bahá’ís por contribuir al progreso de la sociedad en formas que tienen a su alcance. Como respuesta personal al llamamiento de Bahá’u’lláh a trabajar para el mejoramiento del mundo, los creyentes, de diversas formas, han escogido determinadas vocaciones y han buscado oportunidades para apoyar las actividades de grupos y organizaciones afines. Se han iniciado proyectos, tanto grandes como pequeños, para responder a toda una serie de problemas sociales. Grupos de personas han creado numerosas organizaciones de inspiración bahá’í para trabajar por muchos objetivos distintos, y se han fundado entidades especializadas para prestar atención a un discurso concreto. Todos estos esfuerzos, a cualquier escala que se hayan emprendido, se han beneficiado de poder recurrir a los principios y perspectivas que guían las actividades que tienen lugar en las bases de la comunidad bahá’í mundial, y también se han beneficiado de los sabios consejos de las Asambleas Espirituales Locales y Nacionales. Nos alegramos de ver estas diversas y armoniosas expresiones de fe por parte de los devotos seguidores de la Bendita Belleza, en respuesta a las tribulaciones de un mundo perplejo y penosamente agitado.

Iniciativas educativas y el instituto de capacitación

Difícilmente puede sobrestimarse la importancia de la educación para una concepción bahá’í de la transformación espiritual y social. «Considera», declara Bahá’u’lláh, «la revelación de la luz del Nombre de Dios, el Educador. Observa cómo se hallan manifiestas las pruebas de esa revelación en todas las cosas, cómo la mejora de todos los seres depende de ella». La importancia de la educación en la labor de construcción de comunidad es indiscutible, y en el campo de la acción social la provisión de educación sigue siendo la contribución más destacada de los bahá’ís en la mayor parte del mundo. Entre las estructuras y agencias creadas por el mundo bahá’í para ofrecer educación destaca, por supuesto, el instituto de capacitación. De hecho, la red de institutos de capacitación nacionales y regionales que funcionan con tanta competencia en todo el mundo es uno de los frutos más selectos de la serie anterior de Planes globales. Desarrollar la capacidad de servicio en las comunidades, haciendo posible que un número cada vez mayor de personas se beneficie del proceso de instituto, seguirá siendo una característica central de los Planes de la presente serie. La capacidad para el desarrollo comunitario que ya ha emergido, representada por cientos de miles de personas que pueden servir como tutores, animadores o maestros de clases para niños, es un recurso de importancia histórica.

Cuando lanzamos por primera vez el concepto de instituto de capacitación, lo hicimos en el contexto de la necesidad de formar recursos humanos para asumir las tareas de expansión y consolidación. En esta coyuntura, cuando justo comienza una nueva serie de Planes, les invitamos a que adopten una visión más expansiva. De manera creciente, la participación en los cursos de instituto está preparando a los amigos de Dios para una participación cada vez más profunda en la vida de la comunidad en general; les está dotando de los conocimientos, las percepciones y las habilidades que les permiten contribuir no solo al proceso de desarrollo de su propia comunidad, sino al progreso de la sociedad. En síntesis, el instituto es un instrumento potente para liberar el poder de construcción de sociedad que tiene la Fe. Aunque la tarea de crear materiales curriculares para apoyar este propósito es una empresa a largo plazo, los materiales existentes ya permiten desarrollar capacidad para una amplia gama de iniciativas. Además, ofrecen una experiencia educativa fluida y coherente desde los cinco años, pasando por la edad prejuvenil y hasta la edad adulta, y sirven de contrapartida directa al modelo de actividades que se desarrollan en las bases. En este sentido, nos ha complacido ver las abundantes percepciones que los amigos de diferentes partes del mundo están generando sobre aspectos del desarrollo comunitario, en una variedad de contextos sociales y culturales. Para que estas percepciones, y las que aún están por nacer, puedan beneficiar a las comunidades bahá’ís de manera más amplia, será necesario aumentar los sistemas de preparación y refinamiento de materiales educativos. Teniendo esto presente, en breve expondremos el enfoque que guiará esta labor en los próximos años.

Con respecto al aumento de la capacidad de los institutos para impartir cada una de las tres etapas del proceso educativo, nos complace ver que cada vez se presta mayor atención a mejorar la calidad de la experiencia educativa misma, además de ampliar el sistema para impartirla. Un requisito esencial es permitir que todos los que contribuyen a la labor del instituto avancen progresivamente en su comprensión del contenido educativo: sus objetivos, su estructura, sus principios pedagógicos, su metodología, sus conceptos centrales, sus interrelaciones. Muchas juntas de institutos de capacitación han recibido apoyo a este respecto por parte de los grupos colaborativos descritos en nuestro mensaje a su conferencia de 2015. En algunos lugares, equipos distintos han comenzado también a centrarse, respectivamente, en clases para niños, grupos de prejóvenes y círculos de estudio, y han identificado los factores que contribuyen a su eficacia y encontrado formas de ayudar a los amigos que participan en cada senda de servicio a aumentar más su propia capacidad. Los miembros del Cuerpo Auxiliar de una región y sus ayudantes suelen ser los primeros en velar por que lo que se aprende llegue a un mayor número de amigos de agrupaciones contiguas y en centros de actividad intensa. Las personas con amplia experiencia en la promoción de las actividades de los institutos sirven como personas recurso, y han demostrado ser decisivas para ayudar a que avancen los institutos que se encuentran en una etapa de desarrollo más temprana. Sin embargo, en general, los Consejeros son quienes se aseguran de que cada instituto se familiarice con las muchas percepciones esenciales que generan sus agencias hermanas en los países y regiones vecinas. Los Consejeros han dispuesto que los institutos se organicen en grupos de tamaños distintos para hacer posible que las lecciones que están aprendiendo los institutos con más experiencia se compartan de manera más amplia a través de seminarios formales, de forma creciente. Todas estas medidas deberán reforzarse durante el próximo Plan. En lugares en los que opera un sitio de diseminación del aprendizaje sobre el programa de empoderamiento espiritual de los prejóvenes, la colaboración entre el sitio de aprendizaje y los institutos asociados ya ha demostrado ser sumamente fructífera, y debe intensificarse; su persecución de un objetivo común y su deseo compartido de ver avanzar a las agrupaciones crean las condiciones ideales para que florezca el espíritu de cooperación y asistencia mutua. El conocimiento que se ha acumulado sobre los factores que contribuyen a la efectividad del proceso de instituto es extenso, y aguardamos con interés que el Centro Internacional de Enseñanza organice lo aprendido y lo ponga a su disposición.

Lo que hemos descrito anteriormente es un sistema educativo en un estado de perfeccionamiento constante. Esto requiere que muchas personas presten su apoyo a su desarrollo progresivo; también requiere que los institutos, y las instituciones bahá’ís en general, planifiquen con antelación y se aseguren de que las personas que han desarrollado una capacidad considerable para apoyar los esfuerzos educativos de la comunidad puedan sostener su servicio y, cuando sus circunstancias de vida cambien, puedan seguir participando en la labor del instituto de otras formas significativas. Al apreciar la eficacia del proceso de instituto, todo seguidor de Bahá’u’lláh sentirá el deseo de contribuir a su avance de alguna manera, y, en especial, los jóvenes bahá’ís. Los institutos saben bien que liberar el potencial que poseen los jóvenes es, para ellos, una misión sagrada; ahora pedimos que los jóvenes bahá’ís vean el desarrollo futuro del instituto bajo la misma luz. En la vanguardia de un esfuerzo comunitario de nueve años para llevar al instituto a un nivel de funcionamiento más elevado, esperamos ver un movimiento amplio de jóvenes que marquen la pauta. Deberán aprovechar todas las oportunidades, en sus escuelas y universidades, y en los espacios dedicados al trabajo, la familia o a la interacción social, para animar a más y más almas a beneficiarse de los programas del instituto. Algunos jóvenes podrán dedicar un período de servicio ―tal vez incluso años sucesivos― a la provisión de educación, especialmente a los de menor edad que ellos; para muchos, el apoyo a las actividades del instituto será una dimensión siempre presente en sus vidas a lo largo de su propia educación, y conforme buscan un medio de vida en base a su vocación en este mundo; pero para nadie debería ser algo menos que un preciado compromiso.

En muchas partes del mundo, una consecuencia natural de la participación de las personas y familias en el proceso de instituto ha sido una mayor conciencia de la importancia de la educación en todas sus formas. Los amigos que sirven como maestros de clases para niños adquieren un vivo interés por el desarrollo educativo general de aquellos a quienes enseñan, mientras que los amigos que sirven como tutores y animadores se preocupan naturalmente por la medida en que aquellos que se acercan a la edad adulta o llegan a ella, muchachas y muchachos por igual, puedan acceder a muchos tipos de educación, y beneficiarse de ello, sin limitarse a los cursos ofrecidos por el instituto mismo. Por ejemplo, pueden alentar a los jóvenes a considerar la formación en un oficio o los estudios universitarios. Nos ha llamado la atención cómo, en muchas comunidades, la participación de un gran número de personas en el proceso de instituto ha ido reconfigurando este aspecto de la cultura dentro de una población. Las instituciones de la Fe deberán asumir la responsabilidad de asegurarse de que, a medida que se eleva la conciencia de esta forma, las nobles aspiraciones que nacen en los jóvenes como resultado —aspiraciones por adquirir la educación y capacitación que les permitirán ofrecer toda una vida de servicio valioso a su sociedad—puedan cumplirse. El desarrollo a largo plazo de una comunidad y, en última instancia, de una nación, de generación en generación, depende en gran medida del esfuerzo realizado para invertir en aquellos que asumirán la responsabilidad del progreso social colectivo.

Esta exploración de la centralidad de la educación para una comunidad fundada en los principios bahá’ís quedaría incompleta sin una observación adicional. Shoghi Effendi ha hecho gran hincapié en la importancia de afanarse, mediante un «incesante esfuerzo», en obtener «de la estupenda Revelación de Bahá’u’lláh […] una comprensión más adecuada». El instituto de capacitación no tiene paralelo como instrumento para exponer sistemáticamente a un número ilimitado de almas a las aguas vivificantes de la Revelación y al significado inagotable de la Palabra de Dios. Pero los esfuerzos de los amigos por aumentar su comprensión de la Fe y sus enseñanzas no se limitan, por supuesto, a la participación en el proceso de instituto. De hecho, un buen indicador de la efectividad de un instituto es la sed que cultiva en quienes se implican en sus materiales para seguir estudiando la Causa de Bahá’u’lláh, no solo individualmente sino también de manera colectiva, ya sea en espacios formales creados por las instituciones o en entornos más informales. Más allá del estudio de la Revelación en sí, las implicaciones que las enseñanzas tienen para innumerables áreas del quehacer humano son de gran importancia. Un ejemplo notable de una forma de educación mediante la que los creyentes jóvenes se están familiarizando mejor con la perspectiva bahá’í sobre cuestiones pertinentes al progreso de la humanidad es la participación en los seminarios ofrecidos por el Instituto de Estudios sobre Prosperidad Global. Dada la inmensidad del océano de la Revelación, será evidente que la exploración de sus profundidades es una ocupación de toda la vida para cualquier alma que vaya a hollar el camino del servicio.

A medida que la contribución de la Fe al progreso de la sociedad en diferentes partes del mundo adquiera mayor visibilidad, la comunidad bahá’í será llamada de manera creciente a explicar los principios que defiende, y a demostrar su aplicabilidad a los problemas que afronta la humanidad. Cuanto más florezca y prospere la vida intelectual de una comunidad, mayor será su capacidad para responder a este llamamiento. Corresponderá a los seguidores de Bahá’u’lláh proporcionar, en el mundo de las ideas, el rigor intelectual y la claridad de pensamiento que concuerden con su compromiso con el progreso espiritual y material en el mundo de las acciones.

Realzar la capacidad administrativa a todos los niveles

Hace ochenta años, una carta escrita en nombre del Guardián describía la administración bahá’í como «el primer modelo de lo que en el futuro llegarán a ser la vida social y las leyes de vida comunitaria». Hoy, a comienzos del segundo siglo de la Edad Formativa, la forma de la administración bahá’í se ha desarrollado considerablemente, y su continuo desarrollo será esencial para la liberación del poder de construcción de sociedad de la Fe.

La administración de la Fe en las bases está, por supuesto, íntimamente relacionada con el desarrollo de las Asambleas Espirituales Locales. Shoghi Effendi describe estas Casas de Justicia nacientes como «los puntales de la sociedad bahá’í, así como el fundamento último de su estructura administrativa», y hace gran hincapié en la importancia de su formación. En 1995, pedimos que se volviera a instituir la práctica que requería que todas las Asambleas Locales, incluidas las de nueva formación, se eligieran el Primer Día de Riḍván y no en cualquier otro momento del año. Esta evolución estaba vinculada al hecho de que, si bien los creyentes de fuera de una localidad podían ayudar en el proceso electoral, la responsabilidad principal en la elección de cualquier Asamblea y en el mantenimiento de su funcionamiento recae en los bahá’ís de ese lugar; mucho depende de su disposición a emprender la actividad administrativa. En los últimos años, se ha visto cómo el sentido de identidad bahá’í puede ganar fuerza poco a poco en una zona, a medida que entre las personas y familias que residen allí se establece un modelo de acción basado en las enseñanzas. Así, a menudo, una comunidad habrá alcanzado cierto nivel de capacidad en relación con los esfuerzos de construcción de comunidad en el momento en que sea posible la formación de una Asamblea Local. A medida que se acerque este momento —y no se debe retrasar indebidamente— hay que esforzarse por cultivar el aprecio por los aspectos formales de la vida comunitaria relacionados con la administración bahá’í. Es probable que la Asamblea Local que nazca en un entorno así sea muy consciente de su responsabilidad de fomentar y fortalecer aquellas actividades que contribuyen a mantener una comunidad pujante. No obstante, también deberá adquirir destreza en el desempeño de una amplia variedad de otras responsabilidades, y el apoyo que le proporcionen sus auxiliares y sus ayudantes será de vital importancia. En nuestro mensaje a su conferencia de 2010, describimos el camino de desarrollo de semejante Asamblea, y nos referimos a diversas dimensiones de su funcionamiento a las que habría que prestar atención, incluida su capacidad para manejar y desarrollar un Fondo Local y, con el tiempo, apoyar iniciativas de acción social e interactuar con organismos del gobierno local y de la sociedad civil. Los beneficios que obtiene una comunidad atendida por una Asamblea de este tipo no requieren explicación.

En sus interacciones con las Asambleas Espirituales Nacionales y los Consejos Regionales Bahá’ís, les pedimos que dediquen atención a la cuestión del establecimiento de Asambleas Espirituales Locales y a la consolidación de su funcionamiento, especialmente en las zonas en las que este aspecto del crecimiento pueda haber recibido menos énfasis. Prevemos que esto contribuirá a un rápido aumento del número de Asambleas Locales que se formen año tras año. En algunos países, sus consultas deberán incluir la consideración de si, en las zonas rurales, son adecuadas las medidas existentes para definir los límites de cada localidad.

Una percepción impelente que ha emergido es que el grado en el que se reconoce la posición y el liderazgo de una Asamblea Local en una comunidad está relacionado con la profundidad con la que los creyentes comprenden el carácter sagrado del proceso electoral y su deber de participar en él, en un ambiente totalmente libre del estigma de la persuasión o de las actitudes mundanas en torno al poder. A medida en que en una comunidad se toma conciencia de los principios espirituales que subyacen a las elecciones bahá’ís, se forma una nueva concepción de lo que significa para alguien ser llamado a servir en una institución, y crece la comprensión de cómo se relacionan entre sí el individuo, la comunidad y la Asamblea Local y sus agencias. Cuando se ha hecho un esfuerzo sistemático por estimular en una comunidad conversaciones sobre la formación de la Asamblea Local y su propósito, y por mantener esas conversaciones año tras año, la fortaleza del cuerpo elegido y el dinamismo de la vida comunitaria se refuerzan mutuamente.

Este efecto recíproco ha sido especialmente notable en los últimos dos años en lugares donde hemos aprobado la adopción de un proceso electoral en dos etapas para una Asamblea Espiritual Local, un enfoque que tiene sus orígenes en las instrucciones que ‘Abdu’l-Bahá dio a la Asamblea Espiritual de Teherán. Veintidós Asambleas Locales, distribuidas en ocho países, ya han comenzado a elegirse por este método durante este período. Similar en muchos aspectos a la elección de una Asamblea Espiritual Nacional, implica la división de una localidad en áreas, de cada una de las cuales se eligen uno o más delegados, tras lo cual los delegados eligen a los miembros de la Asamblea Local. A medida que crece el número de bahá’ís que residen en una localidad y aumenta la capacidad de la comunidad para gestionar la complejidad, se robustecen proporcionalmente los argumentos a favor de la aplicación de un proceso electoral en dos fases. En consecuencia, durante el próximo Plan esperamos autorizar la adopción de este método para elegir una Asamblea Local en muchos más lugares ―tanto urbanos como rurales― allí donde las condiciones hagan oportuna esta medida.

Una Asamblea Espiritual Local mantiene un vivo interés por aprender la mejor manera de fomentar la labor de construcción de comunidad dentro de su jurisdicción y, por tanto, consulta periódicamente con los amigos que participan en la coordinación de los esfuerzos dentro de la agrupación. Sigue de cerca el desarrollo de cualquier centro de actividad intensa en la localidad, especialmente mediante el ofrecimiento de apoyo a los equipos de creyentes que han surgido allí y están impulsando el proceso de crecimiento. En general, cuanta más organización requiera la intensificación de las actividades en el ámbito de la localidad o en partes de esta —por ejemplo, para programar campañas de visitas a los hogares, acompañar a familias que están celebrando reuniones devocionales, o animarlas a formar grupos para trabajar juntos—, más prominente será el papel que puede asumir la Asamblea Local a este respecto. En localidades en las que se acoge a un gran número de personas en el círculo de las actividades bahá’ís, y en las que está creciendo la complejidad de la labor de la Asamblea y de sus múltiples responsabilidades, a veces la Asamblea concluye que su Secretario requiere el apoyo de una oficina dotada de personal y, con el tiempo, se hace más apremiante la necesidad de tener un Ḥaẓíratu’l-Quds local adecuado.

Conforme las Asambleas Locales empiezan a asumir una parte cada vez mayor de la responsabilidad de cultivar el desarrollo de la comunidad, las instituciones de ámbito regional y nacional deben ser más sistemáticas en sus esfuerzos por apoyarlas. Nos ha complacido ver que se ha respondido a esta necesidad de formas metódicas, por ejemplo, mediante la convocatoria por parte de Asambleas Nacionales o Consejos Regionales de reuniones periódicas con los Secretarios y otros cargos de las Asambleas Locales, con el fin de consultar sobre el despliegue de líneas de acción concretas.

En lugares en que un Consejo Regional ha desarrollado una mayor capacidad administrativa, incluida la capacidad de proporcionar tipos de apoyo apropiados a muchas agrupaciones a la vez, ello ha resultado en una aceleración del progreso de toda la región. Nuestro mensaje a su conferencia de 2015 indicaba que, en los países más pequeños donde no se requiere la creación de Consejos Regionales, sería necesario que surgiera una estructura formal a nivel nacional encargada de ayudar a las agrupaciones a avanzar. Les pedimos que, en los países en los que esto todavía no ha ocurrido, consulten ahora con las Asambleas Nacionales sobre los pasos que se pueden dar para nombrar esa estructura formal, a saber, un Comité Nacional de Crecimiento compuesto por tres, cinco o siete miembros. La Asamblea Nacional habrá de dotar a esta agencia de la libertad necesaria para fomentar el avance de las agrupaciones, sirviéndose de las percepciones pertinentes de lo que se ha aprendido sobre los Consejos Regionales a este respecto. Sus responsabilidades pueden incluir el nombramiento de Comités de Enseñanza de Área y el estímulo a sus planes, la organización de la movilización de pioneros de frente interno, el apoyo a los proyectos de enseñanza y la distribución de literatura básica. El Comité se beneficiará de poder colaborar estrechamente con el instituto de capacitación, que a su vez es una agencia de la Asamblea Nacional, y con los miembros del Cuerpo Auxiliar que sirven al país, y también podrá comunicarse directamente con el Consejero correspondiente. Aunque una Asamblea Nacional deseará naturalmente mantener una familiaridad permanente con la labor del Comité y proporcionarle guía, apoyo y estímulo, la creación de una entidad que se ocupe totalmente de promover el crecimiento debería permitir a una Asamblea prestar mayor atención a otros asuntos importantes. En los países en los que no se han constituido Consejos, pero en los que podrían establecerse con el tiempo, también debe nombrarse en este momento un Comité Nacional de Crecimiento.

A medida que aumentan las energías espirituales liberadas mediante la prosecución diligente del Plan, encuentran resistencia por parte de las fuerzas opuestas que frenan el avance de la humanidad hacia su plena madurez. Ante estas fuerzas, es necesario preservar y fortalecer la vitalidad de las diversas líneas de acción que se siguen a nivel local. Esta responsabilidad crítica es de especial relevancia para los miembros de los dos Cuerpos Auxiliares, cuyas numerosas y exigentes tareas los mantienen estrechamente conectados con las condiciones de las bases, y atentos a todo lo que pueda afectar el espíritu de una comunidad. En diferentes culturas y entornos sociales, deben ayudar a los amigos a hacer frente a distintos tipos de desafíos: ayudar a grupos previamente antagónicos a lograr unidad mediante la búsqueda de un objetivo común; aprender a dejar de lado las costumbres y actitudes heredadas que pertenecen al período de adolescencia de la humanidad, y a superar los prejuicios de todo tipo; evitar cualquier tendencia a ver las cosas con cinismo o con un ojo que busca las faltas, y en su lugar mantener una perspectiva entusiasta y constructiva; poner en práctica la igualdad de mujeres y hombres; abandonar la inercia y la apatía mediante el ejercicio de la iniciativa individual; anteponer el apoyo a los planes de acción colectiva a los sentimientos de preferencia personal; aprovechar del poder de las tecnologías modernas sin sucumbir a sus efectos potencialmente debilitantes; valorar la dulzura de enseñar la Fe y la alegría de servir a la humanidad por encima de los intereses mundanos; rechazar el opiáceo del consumismo; apartarse de las ideologías materialistas y las percepciones del mundo que promueven agresivamente, y fijar la mirada en el faro luminoso que son las leyes y los principios de Dios. Estas, y muchas otras, constituyen un formidable conjunto de responsabilidades con las que la compañía de los fieles debe cumplir, a medida que atraviesa lo que, sin duda, serán años tumultuosos en la vida de la humanidad. Sus auxiliares, que con tanto mérito se han dedicado a promover el proceso de entrada en tropas, deben estar a la altura de todos esos desafíos cuandoquiera y dondequiera que se presenten. Que, mediante la fuerza de su buen ejemplo y la claridad de sus buenos consejos, ayuden a los amigos a aumentar su fe, su certeza y su dedicación a una vida de servicio, y los acompañen en la construcción de comunidades que sean remansos de paz, lugares donde pueda encontrar refugio una humanidad hostigada y marcada por el conflicto.

A lo largo de la última serie de Planes, la capacidad de la comunidad para mantener el enfoque de la Fe sobre las necesidades más apremiantes emergió como una de sus fortalezas más importantes. Sin embargo, este sentido de enfoque debe dar cabida a muchas líneas de acción, todas las cuales deben avanzar sin entrar en rivalidad. Ello exige una visión más amplificada, una comprensión más matizada de los imperativos coexistentes, una mayor flexibilidad y una colaboración institucional más realzada. Somos conscientes de que los recursos de la Fe son finitos y de que las personas tienen muchas limitaciones de tiempo. Pero, a medida que se va desplegando el Plan en un lugar determinado y crecen las filas de los que están dispuestos a servir, los distintos aspectos de una vida comunitaria bahá’í rica y pujante avanzarán al mismo ritmo y brillará el poder de construcción de sociedad de la Fe.

Una misión histórica

Esperamos haber recalcado en estas páginas que la capacidad actual de la comunidad bahá’í, combinada con la disciplina que ha logrado mediante la adhesión a un marco de acción coherente, la ha preparado para una prueba considerable y rigurosa de todos sus recursos, tanto espirituales como materiales. El Plan que pronto comenzará —la primera gran iniciativa de una empresa sagrada de veinticinco años, generacional en su alcance y su significado— impondrá exigencias al creyente, a la comunidad y a las instituciones, evocadoras de las exigencias que el Guardián impuso al mundo bahá’í al comienzo de la Cruzada de Diez Años. Si, por la gracia de Dios Todopoderoso, los amigos logran alcanzar las cumbres de heroísmo a las que ahora se les llama, indudablemente la historia rendirá tributo a sus acciones en términos no menos brillantes que aquellos con los que honra las hazañas gloriosas que adornan los anales del primer siglo de la Edad Formativa.

Depositamos una gran confianza en ustedes y en las Asambleas Espirituales Nacionales para asegurarse que, en todos los esfuerzos realizados por familiarizar a los amigos con el carácter de esta empresa colectiva, se mantenga a plena vista la perspectiva histórica. La civilización actual, a pesar de todas sus proezas materiales, ha resultado deficiente, y la Pluma Suprema ha emitido el veredicto: «¿Acaso no sabéis que hemos enrollado cuanto poseían las gentes y hemos desplegado un nuevo orden en su lugar?». El establecimiento de la Civilización Divina es, en palabras del Guardián, «la misión primordial de la Fe bahá’í». Ha de construirse sobre las cualidades más fundamentales, cualidades de las que el mundo está muy necesitado: unidad, confiabilidad, apoyo mutuo, colaboración, sentimiento de camaradería, abnegación, compromiso con la verdad, sentido de la responsabilidad, una sed por aprender, el amor de un corazón que todo lo abarca.

¡Cuánto anhelamos ver a la humanidad iluminada con el amor de su Señor! ¡Cuánto anhelamos oír Su alabanza en todos los labios! Sabiendo del fervor de nuestro deseo, saben, pues, la emoción con la que, al posar nuestras cabezas en el Umbral Más Sagrado, imploramos a Bahá’u’lláh que los haga a ustedes, y a todos los que estiman Su preciada Fe, canales cada vez más perfectos de Su gracia inefable.

[firmado: La Casa Universal de Justicia]